La educación es fundamental en la transformación de las comunidades

Las comunidades vulnerables en Colombia suelen enfrentar una serie de características y desafíos que afectan su bienestar y desarrollo. Algunos de los factores más comunes incluyen la pobreza económica, lo que limita el acceso a servicios básicos como la salud, la  educación y la vivienda. La falta de recursos económicos puede perpetuar un ciclo de desigualdad social que es pronunciada y  a menudo se encuentran en más desventaja  en términos de acceso a oportunidades y recursos. Todos estos aspectos se relacionan con variables como el origen étnico, el género,  la ubicación geográfica, la explotación infantil, la violencia intrafamiliar, las violaciones a los derechos humanos, entre otros.

Para nadie es un secreto que, en varias regiones de este país, la violencia y el conflicto armado han afectado gravemente a las comunidades. Los desplazamientos forzados, la inseguridad y el impacto emocional de la violencia son problemas significativos y a esto se le suma las altas tasas de desempleo y la dependencia de la economía informal  lo que limita la estabilidad económica y la capacidad de las personas para planificar su vida a largo plazo.

Otros factores determinantes que afectan a las poblaciones más pobres son la  exclusión social,  la discriminación y las condiciones de vivienda inadecuada. Todas estas características, además de la falta de educación, están interrelacionadas y a menudo se refuerzan mutuamente, creando un entorno de desventajas múltiples en el marco de unas violencias directas, estructurales y culturales, tal como lo planteó el sociólogo  Johan Galtung.

Vale la pena, destacar este concepto de  violencia estructural, ya que se refiere a la forma en que las instituciones y los sistemas sociales, como la economía, la política y la cultura, pueden generar y reproducir desigualdades y opresiones en una sociedad. Esta violencia no es directa ni visible, sino que se manifiesta a través de mecanismos y relaciones de poder que perpetúan la exclusión, la marginalización y la discriminación. El término “violencia estructural” fue popularizado por el economista argentino Raúl Prebisch, en su obra “Desarrollo económico y cambios en la estructura social” (1963). Sin embargo, es el filósofo y sociólogo franco-marroquí Pierre Bourdieu quien desarrolló más a fondo este concepto en su obra “La dominación masculina” (1998).

Para Bourdieu, la violencia estructural se refiere a la forma en que los sistemas de poder y las instituciones sociales perpetúan la dominación y la exclusión de ciertos grupos sociales. Esto se logra a través de mecanismos como la distribución desigual de recursos y oportunidades; la creación de estereotipos y representaciones sociales que perpetúan la discriminación; la implementación de políticas públicas que favorecen a ciertos grupos sobre otros; la perpetuación de roles y estereotipos de género, raza y clase que limitan las opciones y posibilidades de ciertos grupos.

En ese sentido, la violencia estructural puede manifestarse a través de la  pobreza y la exclusión social; la discriminación laboral y el acceso limitado a oportunidades educativas; la violencia física y psicológica hacia las mujeres, las minorías étnicas y otros grupos vulnerables. Solo se puede salir de este tipo de violencia a través de procesos educativos que lleven a una paz positiva para el crecimiento y desarrollo de las comunidades.

Abordar el desafío de la violencia, requiere en primera instancia, que las comunidades tengan acceso a la educación y que desde  un enfoque integral liderado no solo por el estado, sino por organizaciones privadas, combinen esfuerzos en el desarrollo económico, la mejora de la infraestructura, la  salud, la justicia social y la paz tan anhelada.

Es la educación, sin lugar a dudas,  la que ayudará al empoderamiento Individual, ya que con distintas herramientas y  conocimientos necesarios se puede mejorar  la calidad de  vida de las poblaciones más vulnerables para que en un futuro se logre más  igualdad,  justicia, solidaridad y  tolerancia,  lo que podría reducir distintos tipos de violencia, pero sobre todo minimizar  los conflictos que afectan a las comunidades y fomentar una mayor cohesión social.

De igual forma, a través de la educación se  fomenta una mayor participación en la vida cívica y política, ya que una población más educada  está más preparada para tomar decisiones informadas y participar en procesos democráticos, lo que puede conducir a una gobernanza más efectiva y equitativa y por ende redundará en una mayor equidad en el acceso a recursos y oportunidades. Las comunidades que tienen acceso a la educación podrán desafiar y cambiar normas y prácticas culturales que pueden ser perjudiciales o limitantes. A través de procesos formativos, se fortalecen valores como el respeto por los derechos humanos,  la igualdad de género  y el fomento por una cultura de paz y respeto.

Gestión Acción que ha liderado proyectos sociales con tipos de población vulnerable por más de 20 años,  reconoce que una salida importante para transformar a las comunidades es la  formación en procesos de intervención, los cuales influyen de manera significativa en el contexto y en los individuos, ya que tienen el poder de minimizar las tensiones y empoderar a las comunidades para desarrollar soluciones sostenibles de convivencia.

Las estrategias más potentes se centran en que los integrantes de las comunidades reconozcan todas las bondades de los procesos de formación; identifiquen  a sus líderes y a través de distintas entidades del orden nacional o internacional  los  capaciten  en el fortalecimiento de las relaciones entre los individuos y las organizaciones y a través de ellas, se encuentren diferentes aproximaciones que permitan  los cambios deseados.  Eso sí, con  el conocimiento de la geografía social, con la capacidad de aprovechar los retos que se presentan en un contexto específico y con   la ayuda de proyectos que impliquen fortalecer distintos recursos y actividades particulares del contexto  local con una visión a largo plazo.

En resumen, si se entregan herramientas efectivas y pertinentes  a las comunidades vulnerables, planeadas  con los actores sociales, que siempre tienen algo que decir sobre sus necesidades,  la educación actuará como un motor de cambio que impulsará  el progreso en múltiples dimensiones dentro de una comunidad, creando un ciclo positivo de desarrollo, bienestar y paz.

Rosa Maribell Galeano Quintero

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